miércoles, 21 de octubre de 2009

¡Bienvenido a la familia, Marley!

Hará ya una semana que una bolita blanca y peluda entró en mi familia. Buena ocasión para reflexionar sobre esto y hacer un pequeño homenaje a lo mucho que esto me ha costado. Sin duda, es la muestra de que nunca hay que perder la esperanza, de que nada está perdido y de que todo es posible.

Desde pequeña he soñado infinidad de veces con la maravillosa experiencia de tener un perro, sin embargo mi madre les tiene un miedo terrible, tanto a los perros como a cualquier otro animal
Hará ya unos años que entendí que mientras viviera bajo el mismo techo que mi madre, la posibilidad de tener el conocido como, mejor amigo del hombre, no existía. Así que empecé a valorar la posibilidad de adoptar otro animal, ¿Sería un loro un buen amigo? ¿Quizás un hámster? ¿Por qué no un conejo? De eso se trataba, un conejo enano, animales tranquilos, cariñosos y relativamente inofensivos. Este sería un buen compañero.

Así que con mil y un argumentos convencí a mi madre y puedo decir orgullosa que tengo un conejo. Y si puedo afirmarlo es porque me he responsabilizado de él. Siento que una vida depende de mi. Sin embargo, con tan poco tiempo juntos me doy cuenta de lo mucho que ya llego a querer a Marley, mi conejo.

Llegar a casa y tenerlo esperándote impaciente para que lo saques a correr al jardín, la alegría que demuestra cuando lo acaricias en tu regazo, te das cuenta de que hacer algo tan simple para ti, significa ofrecerle el mundo a él, quien a su vez intenta agradecértelo con constantes lametazos, y sin duda, lo consigue.

Lo que más me sorprende es la gran evolución de esta semana. Antes se acurrucaba en un rincón al intentar tocarle, sin embargo ahora pide tus caricias. Arañaba al aire al transportarle, pero ahora espera paciente a que le dejes en el suelo, intentaba escapar de tu regazo, y ahora se queda satisfecho. No se dejaba coger para volver a la jaula, aunque ahora sabe que pronto le soltaré de nuevo y es él quién viene a mi y no yo a él.

Todo eso me lleva a pensar si no soy yo quién debería darle las gracias por enseñarme una cosa tan simple y compleja a la vez.

Sin duda, puedo afirmar la lealtad de nuestra amistad, por más gracioso o extraño que parezca. Al mirar en sus ojos negros intuyo en ellos que él confía en ti, que lo eres todo para él y que a pesar de lo que pase no te traicionaría, mentiría, engañaría, ni siquiera, te defraudaría. Al responder este mensaje, no estoy segura de que entienda mis palabras, pero me gusta pensar que él sabe que este sentimiento es recíproco y que a pesar de que no todo el mundo confíe en mi, no voy a fallarle.

Así que, ahora, finalmente, puedo decir claro, alto y fuerte ¡Bienvenido a la familia, querido Marley!

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