Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo cielos de ceniza y un sol de vapor que se derramaba sobre la Rambla de Santa Mónica en una guirnalda de cobre líquido.
-Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie -advirtió mi padre-. Ni a tu amigo Tomás. A nadie.
-¿Ni siquiera a mamá? -inquirí yo, a media voz.
Mi padre suspiró, amparado en aquella sonrisa triste que le perseguía como una sombra por la vida.
-Claro que sí -respondió cabizbajo-. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes contárselo todo.
"La sombra del viento". Carlos Ruiz Zafón.
Así empieza uno de los libros que más me ha marcado y que ahora me gusta llamarle "mi libro preferido". Me gustaría pensar que fue él quién encontró en mi un amigo y no a la inversa, tal y como narra la novela. No sé si podré protegerle y ser capaz de encontrar el Cementerio de los Libros Olvidados para salvarle de cualquier peligro, pero al menos intentaré devolverle el favor.
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