sábado, 29 de mayo de 2010

Confesiones

Al mirar mi propio rostro frente al espejo cada mañana me doy cuenta tan sólo de una cosa, me doy cuenta de que no soy una niña. Cada día, cada hora, cada minuto, estoy más cerca del paso final, aquél que en el preciso instante en el que lo dé, ya no habrá marcha atrás.

Por suerte o por desgracia ya soy adulta y yo no puedo contener esas lágrimas que escapan en contra de mi voluntad mientras mi madre, por última vez, me lleva al colegio.
Miro a mi alrededor y veo rostros que translucen una mezcla de sentimientos, irónicamente, opuestos. Por un lado, somos unos jóvenes felices y llenos de vitalidad, aquellos que no pueden esperar un segundo más para salir al mundo y emprender aquellos proyectos que tanto anhelan.
Sin embargo, puede verse también una profunda y sincera tristeza. Algo que sólo nosotros podemos comprender, un sentimiento de vacío. Nos damos cuenta de que aquellas personas que conocemos desde que tenemos uso de razón y que sin quererlo han estado presentes en tu vida, van a tomar caminos totalmente distintos al nuestro, caminos que quizás no vuelvan a cruzarse, deseando febrilmente que el recuerdo de esas personas quede por siempre dentro de cada uno de nosotros.
En cuanto a mi, sólo me doy cuenta de que estoy a punto de cerrar con cerrojo una puerta, cuya llave perderé para siempre impidiéndome así, volver a entrar en aquel sitio, aquel sitio que acostumbramos a llamar infancia.

Supongo que hoy todos tenemos esa extraña sensación, esa necesidad de contarnos tantísimas cosas que al no saber por dónde empezar, optamos por un silencio, un silencio y una mirada, una mirada capaz de expresarlo todo.
La profesora abre la puerta y entro en la clase, me siento en mi pupitre y sonrío sin conseguirlo a mi compañero, todo, evidentemente, por última vez. Así que me dispongo a recibir la última clase de matemáticas, de química, de biología, de historia, clases que quizás todos hemos deseado en muchas ocasiones que terminaran y que sin embargo, ahora aprovechamos cada segundo deseando que el timbre que marca el final de la clase no llegue nunca, deseando que el tiempo se detenga y nos retenga ahí para siempre. Pero nada de eso ocurre y el timbre suena.
Hoy, todos hemos escuchado, hoy todos hemos hecho lo que debíamos porque de no haberlo hecho hoy, no habríamos podido hacerlo jamás.

Los minutos de un día como hoy transcurren sin piedad, notando cada tic-tac del reloj en mi corazón, como si de una aguja punzante se tratara.
Y así, sucedió lo inevitable, el día terminó.
Los pequeños chillan eufóricos, ya han acabado su año escolar y se disponen a pasar el mejor verano de su vida, sabiendo con certeza que en septiembre volverán a aquel lugar. Sin embargo, para mi no hay un año más, para mi ha llegado el punto y final de aquel curso que parecía que nunca iba a llegar.
Y así, casi sin poder mirar los rostros de mis compañeros me giro y me marcho, me marcho para no volver.
Cierro los ojos. Oscuridad, oscuridad húmeda.

Abro los ojos. Me veo tumbada en mi cama y deduzco que esto no ha sido más que una terrible pesadilla y tengo la certeza, ahora que estoy despierta, que soy aún una alumna de bachillerato.
Veo entrar a mi madre en mi habitación.
- Buenos días hija. ¿Preparada para tu último día como alumna de bachillerato? Más te vale que hoy te despidas de todos tus compañeros- dijo mi madre con su habitual sonrisa en los labios.
Así, mi sueño no había sido más que un anticipo de lo que hoy iba a vivir, ¿verdad?. Unas gotitas saladas resbalando por mi mejilla eran el preludio de lo que iba a vivir aquel día, lo que ya había vivido una vez en mi sueño.

Sin embargo, un nuevo sentimiento aflora en mi pecho. Me doy cuenta de que ahí he vivido grandes momentos, que he conocido grandes personas y que eso va a estar siempre conmigo allá donde quiera que esté porque eso es lo que ha logrado que sea como soy, que sea quien soy.
Así que hoy, en lugar de repetir innumerables veces el sintagma “última vez” voy a repetir la palabra “gracias”.
Ya en el coche, veo mi colegio a través de la ventanilla. La abro y un viento suave y dulce acaricia mi rostro. En mi cara no hay la lágrima de mi sueño, no noto siquiera aquella presión en mi pecho, ahora hay una sonrisa, una sonrisa sincera.



Vaig escriure aquest text per petició del professor. Tema lliure ens havia dit, i quin millor tema en un any com aquest, oi? Ara que sembla haver arribat el moment que intentava imaginar al fer la redacció, ara que tot ha acabat, ara he decidit compartir aquest text, aquestes confessions.

1 comentario:

  1. Mi pequeñaja... aquí tienes tu comentario! =)

    Lo primero, y que no podía faltar: Cursi! =P
    Bueno, la verdad es que no tanto, la verdad es que me ha encantado tu texto. Recuerdo mis lágrimas el último día de clase en el instituto, unas lágrimas producto de una mezcla entre tristeza y alegría, es curioso.
    Pero supongo que en tu caso, es diferente, yo ya abandoné mi colegio a los 12 años, ya he pasado por algo parecido. Tú has estado toda la vida en el mismo lugar y con la misma gente, los lazos que te atan son inevitablemente mucho más estrechos.

    Aún así, y a pesar de que me encanta, tengo algo que objetar.
    Lo primero, dices que ahora ya eres adulta y yo te digo que si es así, es porque tú quieres. A mi este año en la universidad no me ha cambiado, sí soy más responsable, más independiente y con más planes de futuro, pero, en mi opinión, espero jamás ser adulta!
    ¡cómo te oiga el principito! =P
    Y no me ha gustado nada esa frase de que cierras una puerta con cerrojo! Eso significaría no volver a tener contacto, no recordar... ¿Sabes? una persona muy especial en mi vida me dijo una vez, en nuestra despedida, que lo bueno nunca acaba si hay algo que te lo recuerda! =) Lo mismo te digo yo hoy a ti. ^^

    Es cierto, a veces dolorosamente cierto, que dos personas que han caminado juntas durante mucho tiempo se separan y sus caminos no vuelven a unirse... pero también aparecen nuevos compañeros de camino y, cómo tú dices, esos que ya no caminan contigo siempre formarán parte de ti, han ayudado a formarte tal y cómo eres y eso no te lo quita nadie.

    Este texto que has escrito me ha ayudado a reafirmarme en algo que creo y es que las pequeñas o grandes cosas de esta vida se disfrutan porque algún día acabarán. Sólo cuando somos consciente de ello, de que todo desaparecerá algún día, de que todo es efímero, entonces aprendemos a disfrutarlo intensamente.

    Y bueno, sin más dilación (que creo que ya tienes bastante) te deseo muchísima suerte para la selectividad, esa llave que abrirá la puerta al futuro que tanto anhelas.
    Ánimo, suerte y hasta pronto (agosto concretamente ^^)
    te quiero!!!!

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